martes, 7 de octubre de 2014

La ruta de los imanes en Toledo

Ese año no tenía yo muchas ganas de hacer viajes. Acababan de despedirme en mi empresa, con diez años de antigüedad, y lo de “despedirme” es un decir, porque yo no tenía derecho a indemnización por despido, ni a desempleo ni a nada por el estilo, ya que formalmente era autónomo.

Así que cuando Carlos y Julio me propusieron ir a conocer la provincia de Toledo, mi primera respuesta fue que “ni hablar”.

El caso es que como ellos me veían un poco deprimido por las circunstancias, insistieron e insistieron, hasta que al final lograron convencerme.

La verdad es que el viaje no iba a salir muy caro, porque sólo serían cuatro días, íbamos los tres en coche y compartíamos gastos de gasolina y estancia. En lugar de reservar un hotel, Julio tuvo la genial idea de buscar un apartamento.

Nos costaba menos y encima podíamos ahorrar en desayunos y algunas comidas, porque el apartamento tenía cocina.

Al final me alegré una barbaridad de haber hecho ese viaje, porque nos lo pasamos muy bien, no fue costoso y Toledo me pareció una ciudad bastante bonita e interesante.

En mi casa, guardo un recuerdo de esa excursión, que dio lugar a muchas bromas en el momento en el que decidí adquirirlo.

En la ciudad, hay buen número de tiendas que venden objetos metálicos y uno de los más frecuentes son las espadas. ¿Y quién no ha oído hablar del famoso acero toledano y de la Fábrica de Armas de Toledo?

A mí siempre me habían fascinado las espadas, las historias de caballería y esas cosas, y tenía la ilusión –desde pequeño- de comprar mi propia espada.

Eso sí: irme a batallear y a vivir historias de caballería, ya no me llamaba tanto la atención, pero sí que tenía muchas ganas de colocar mi espada sobre la repisa de la chimenea del salón…

Y allí que entré yo a una de esas bonitas tiendas de Toledo y compré mi espada. Carlos y Julio decían que yo estaba loco y se cachondearon de mí la mitad del viaje. Ni caso les hice, la verdad, porque ¡yo era tan feliz con mi arma…!

Otra cosa divertida que nos pasó en Toledo, fue lo que Carlos bautizó como “la ruta de los imanes”. Lo llamó así porque en la nevera del apartamento algo nos llamó mucho la atención: estaba casi repleta de imanes de publicidad de bares y restaurantes de Toledo.

Una mañana, mientras tomábamos el desayuno, a Carlos se le ocurrió que podíamos ir a visitar todos los bares que anunciaban los imanes. Eran más de veinte, así que teníamos un largo trabajo por delante.

Aunque de vino en vino, de cerveza en cerveza y de tapa en tapa, al final la tarea nos resultó muy agradable.

Lo mejor fue el establecimiento que dejamos para el último. El imán en cuestión nos tenía muy intrigados desde el primer momento. Y es que, precisamente, era una interrogación de color rojo, con una dirección al pie. ¿Qué tipo de establecimiento podría ser? En los demás, se dejaba claro que se trataba de bares o restaurantes, e incluían el nombre y dirección. En cambio, el imán enigmático no daba más pistas.

Cuando llegamos a las señas referidas y entramos al local, nos encontramos con la sorpresa de que era un Nigth Club, en el que fuimos recibidos por unas chicas casi desnudas que nos invitaron a pasar. Y bueno, sí, debo confesar que nos quedamos toda la noche, pero esa es una historia que debe ser contada en otro lugar y en otra ocasión.

Después de la aventura de la ruta de los imanes, yo pensé que era una gran idea eso de hacer publicidad mediante imanes personalizados y ahora que estaba en paro, iba a plantearme abrir un negocio de venta de imanes publicitarios en mi pueblo. En cuanto llegara a casa, me informaría de lo necesario para empezar esa nueva aventura profesional.


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